domingo, 16 de mayo de 2010

CAMBIOS DE IDENTIDAD EN LA CONTEMPORANEIDAD

El surgimiento de las sociedades modernas transfiere las relaciones sociales a un territorio más amplio donde las fronteras desaparecen. La modernidad pone a disposición de las naciones un conjunto de referentes, como resultado de la mundialización de la cultura. Cada grupo social, en la elaboración de sus identidades colectivas, irá apropiándose de ellos de manera diferente.

Eso no significa, sin embargo, que estemos viviendo un estado democrático, en el cual la elección sería un derecho de todos. Traducir el panorama sociológico en términos políticos es engañoso. La sociedad global, lejos de incentivar la igualdad de las identidades, está surcada por una jerarquía clara e injusta. Las identidades son diferentes y desiguales porque sus artífices, las instancias que las construyen, disfrutan de distintas posiciones de poder y de legitimidad. Concretamente, se manifiestan en un terreno de luchas y de conflictos donde prevalecen las líneas de fuerza diseñadas por la lógica de la máquina de la sociedad.

La modernidad requiere un desenraizamiento más profundo. La "unidad moral, mental y cultural" estalla. Si entendemos la globalización no como un proceso exterior, ajeno a la vida nacional, sino como expansión de la modernidad, tenemos elementos nuevos para reflexionar. En este contexto, la identidad nacional pierde su posición privilegiada de fuente productora de sentido. Emergen otros referentes que cuestionan su legitimidad.

El proceso de mundialización de la cultura engendra, por tanto, nuevos referentes de identificación. Un ejemplo: la juventud. En las sociedades actuales, la conducta de un determinado sector de jóvenes sólo puede entenderse si la situamos en el horizonte de la mundialización. Camisetas, zapatillas deportivas, ídolos de rock, son referencias desterritorializadas que forman parte de un léxico y de una memoria popular juvenil de carácter internacional. La complicidad, la "unidad moral" de esos jóvenes, se teje en el círculo de las estructuras mundiales. Para construir sus identidades, eligen símbolos y signos ponderados por el proceso de globalización. De esta forma se identifican entre sí, diferenciándose del universo adulto.

Lo mismo sucede con el consumo. Grupos de clases medias mundializadas participan de los mismos gustos, las mismas inclinaciones, circulando en un espacio de expectativas comunes. En este sentido, el mercado, las multinacionales, los medios de comunicación, son instancias de legitimación cultural. Su autoridad modela las tendencias estéticas y las maneras de ser. De la misma forma que la escuela y la nación se habían constituido en actores privilegiados en la construcción de la identidad nacional, las entidades que actúan a nivel mundial favorecen la elaboración de identidades desterritorializadas.

Los sistemas simbólicos tienden a presentarse como cons¬tructos cada vez más complejos en la medida en que los sujetos incorporan identidades colectivas a las cuales solamente se puede acceder por la vía de la tecnología.

De manera particularmente interesante en todo este proceso, encontramos que las condiciones de producción, circulación y consumo de productos simbólicos y culturales ya no se generan en una sola sociedad o en un solo grupo; sino que se reelaboran interculturalmente, no sólo dentro de una sola etnia, ni siquiera dentro de una nación, sino en circuitos globales, traspasando fronteras, volviendo porosos los tabiques nacionales o étnicos y haciendo que cada grupo pueda abastecerse de repertorios cultu¬rales diferentes.

El sujeto global se encuentra enfrentado a una cierta noción de modernidad que lo lanza necesariamente hacia una realidad compleja que debe, de alguna manera, cobrar sentido a fin de alcanzar relevancia y asegurarnos la presencia de ciertas regularidades en el devenir social. Así, sin una posibilidad de construir sentido frente a sí, y frente a su realidad, el individuo se encontraría totalmente pri¬vado de identidad; por tanto, la gestión de identidades tanto a nivel personal como social, tiene justificación en un determinado imaginario social.

Lo que deberíamos generar es una cultura y una identidad global, que busque una creciente conciencia de la interrelación y la mutua dependencia de los seres humanos, comunidades con el medio ambiente, que consolide un verdadero respeto por la diferencia y el pluralismo cultural; en fin, que fortalezca una ética intercultural y global.

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